jueves, 11 de marzo de 2010

Inteligencia artificial

La ciencia ficción, dignificada:Inteligencia Artificial, de Steven Spielberg
La última película de Steven Spielberg suscita en los espectadores que hemos seguido desde hace años la carrera del cineasta norteamericano una rara sensación. Es cierto que reconocemos en ella algunos de sus temas y actitudes más característicos —una intensa representación del universo de los afectos, el tono sentimental, la visión del mundo a través de los ojos de un niño—, pero al mismo tiempo nos cuesta aceptar esta parábola sobre la condición humana, tan triste, tan desoladora, como expresión de un autor a quien hemos venido identificando con los finales felices, el optimismo y hasta cierta tendencia a la moralina. En este sentido, creo que la reacción de la crítica ante Inteligencia Artificial, que ha oscilado entre polos abismalmente opuestos
1, constituye un síntoma elocuente de la dificultad de comprender en sus justos términos la propuesta de su director.
Tal vez las peculiares circunstancias en que se gestó el filme —recordemos que está basado en un relato breve del novelista inglés Brian W. Aldiss, “Supertoys last all summer long”
2, que Stanley Kubrick comenzó a desarrollar su adaptación cinematográfica, desgraciadamente interrumpida por su fallecimiento, y que Steven Spielberg se hizo cargo del proyecto, como homenaje al director de Eyes wide shut— puedan explicar en parte algunos de sus rasgos constitutivos. Ya que he invocado la indirecta paternidad de Kubrick, no me parece inapropiado traer a colación el antecedente de 2001, una odisea del espacio, filme que a mi entender ofrece un evidente paralelismo con el de Spielberg, pues ambos comparten una misma intención: la de aportar al género de la ciencia ficción un impulso renovador3.
No puede sorprendernos tal propósito en un cineasta como Spielberg, quien, a pesar de las reiteradas acusaciones de conformismo y adocenamiento con que alguna crítica ha venido acogiendo las sucesivas entregas de su cinematografía, ha demostrado a lo largo de los años una innegable ambición creadora. Películas como Encuentros en la tercera fase (1977), obra señera en la evolución del género de la ciencia ficción
4, La lista de Schindler (1993), que quiso ser el filme definitivo sobre el Holocausto, o Salvar al soldado Ryan (1998), auténtica piedra miliaria en la trayectoria del cine bélico, demuestran su deseo de dejar una huella perdurable sobre los géneros cinematográficos, voluntad no muy distinta, por cierto, a la que durante toda su vida exhibió Kubrick y que este último indudablemente reconoció cuando decidió “legar” su proyecto a su colega norteamericano.
Hablando de ambición creativa, qué mejor muestra que Inteligencia Artificial, donde se dan cita casi todos los motivos temáticos que definen la ciencia ficción moderna —los avances científicos y tecnológicos en campos como la informática y la ingeniería genética, la ambigua relación de amor-odio entre humanos y robots, las catástrofes provocadas por la arrogancia tecnológica, la alienación del individuo en una sociedad que ha olvidado las señas distintivas de lo humano, la intervención salvífica de los extraterrestres, el urbanismo delirante, las ubicuas y omnímodas naves áereas, el sexo como mercancía destinada a aliviar la neurosis—, expresados a través de un tratamiento icónico que bebe en fuentes de lo más variado y aun heterogéneo: la perfeccionista frialdad kubrickiana de 2001, una odisea del espacio, la atmósfera abigarrada, sincrética y barroca de Blade Runner, los escenarios cibernético-orgánicos de Trön, las especulaciones climáticas de Waterworld, las parábolas sobre la crueldad humana de Rollerball o Almas de metal y, por supuesto, las visiones extáticas del encuentro con los seres extraterrestres, tan del gusto del propio Spielberg en películas como Encuentros en la tercera fase o E.T. Si todos esos motivos y estilos cobran unidad es porque Spielberg los engarza hábilmente alrededor de un núcleo central —el de la búsqueda de la felicidad, de la salvación personal, aquí protagonizada por un niño androide que desea ser más humano que los propios humanos—, que domina perfectamente, pues constituye el hilo conductor de muchas de sus obras anteriores, como El color púrpura (1985) El imperio del sol (1987), Always (1989), La lista de Schindler (1993), Salvad al soldado Ryan (1998), etc. El hecho de que el argumento reúna, además, motivos claramente emparentados con el cuento folklórico y los cuentos infantiles —el abandono del niño en el bosque, la peregrinación en busca del fin del mundo, el hada buena, los augurios, los muñecos animados que acompañan al protagonista, los hechos de carácter milagroso— permite situar a Inteligencia Artificial dentro de las constantes de un director que ha dado reiteradas muestras de su interés por la revisión y actualización de las tradiciones de la narrativa infantil
5.

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